Consideración de La Misericordia en Shakespeare
“El carácter de la misericordia no es forzado (strained)”, comienza diciendo. ¿Pero en qué sentido interpretar esta extraña palabra, “forzado”? ¿Cuál es el mensaje de Shakespeare? La expresión significa que nadie puede ser obligado a ser misericordioso: la misericordia debe brotar directamente del corazón.
- T+
- T-
Por Peter Milward S.J.
El carácter de la misericordia en el “Mercader de Venecia”
Poco después de proclamar el 2016 “Año de la Misericordia”, el Papa Francisco se refirió a las famosas palabras del más grande de los dramaturgos sobre el “carácter de la misericordia”. Son palabras que Shakespeare pone en boca de Porcia, la heroína del Mercader de Venecia. Ella se dirige al usurero judío Shylock en la dramática escena del proceso durante el cual éste procura perpetrar legalmente su venganza contra el mercader veneciano Antonio. A cambio de un préstamo que el mercader no logró restituir, el judío quiere ahora cobrarle, de acuerdo a lo convenido, una libra de carne de la zona del corazón. Durante el proceso, Shylock subraya sus propios derechos legítimos y llega a preparar el puñal para tomar lo que le corresponde. Porcia, sin embargo, que ha llegado de la casa de Belmonte disfrazada de joven abogado, admite, por una parte, los buenos motivos de Shylock y por otra le dirige el famoso elogio de la misericordia.
De este modo, Shakespeare prepara el terreno para una especie de homilía sobre la misericordia. ¿Qué significa esto? ¿No le correspondería a un dramaturgo atenerse a presentar su propia comedia en un teatro -protestan los críticos- en vez de ponerse a predicar desde un púlpito? Ciertamente. ¿Pero quién podrá impedírselo si desea incluir una homilía dentro del drama? Comoquiera, Shakespeare nos invita no sólo a escuchar su homilía, sino también a meditar en su significado.
“El carácter de la misericordia no es forzado (strained)”, comienza diciendo. ¿Pero en qué sentido interpretar esta extraña palabra, “forzado”? ¿Cuál es el mensaje de Shakespeare? ¿O de Porcia? La expresión significa que nadie puede ser obligado a ser misericordioso: la misericordia debe brotar directamente del corazón. Debe caer “como lluvia suave del cielo / sobre la tierra”. Nos encontramos aquí de inmediato proyectados al mundo de la Biblia: al libro sapiencial del Sirácida, que se refiere precisamente a la misericordia (Si 35,25); al cántico de Moisés en el Deuteronomio, en el cual se hace referencia a la Sabiduría (Dt 32,2; ver también Is 4,6), y a las palabras de Jesús en el Sermón de la Montaña, que remiten al amor de Dios (Mt 5,45).
Porcia continúa así: “Es dos veces bendita, / bendice a quien la da y a quien la recibe”. Sería ciertamente una bendición para el pobre Antonio si se le perdonase la deuda, pero también lo sería para Shylock por habérsela perdonado. Y como dice Jesús, en palabras no referidas en los Evangelios, pero citadas por San Pablo en los Hechos de los Apóstoles, donde se da mayor importancia al don: “Mayor felicidad hay en dar que en recibir” (Hch 20,35).
“Es más poderosa en los más poderosos”, agrega Porcia, aparentemente refiriéndose a los gobernantes, que desde la perspectiva del mundo parecen poderosos en cuanto su verdadero poder se manifieste en cambio en este “carácter de la misericordia”. En una extraordinaria riqueza de imágenes, ella prosigue así: “Sienta mejor / que la corona al monarca sentado en el trono. / Su secreto muestra la fuerza del poder temporal, / atributo de sujeción y de majestad / en el cual residen el temor y el terror al rey”.
Tenemos a un rey sentado en el trono, con la corona en la cabeza y el cetro en la mano, señal de su poder de castigar la desobediencia; pero todo eso es puramente la superficie de la apariencia exterior. Como ha dicho poco antes Bassanio, el novio de Porcia: “Así podrán las apariencias externas ser cada vez menos ellas mismas; / el mundo siempre es engañado por los ornamentos”. Esto se lee precisamente en los Salmos: “Su misericordia está por encima de todas sus obras”.
Y así continúa Porcia: “El poder terrenal se aproxima en mayor medida al de Dios / cuando la misericordia atempera la justicia”. Ciertamente, de hecho, como se lee en cierta medida en todas partes en la Biblia, y sobre todo en el Antiguo Testamento, Dios es justo; pero el Nuevo Testamento destaca en particular que Dios es misericordioso, como un Padre amoroso.
Prosiguiendo con la homilía, dirigida sobre todo a Shylock, Porcia agrega: “Por consiguiente, judío, / aun cuando recurras a la justicia, considera esto: / que en estricta justicia / ninguno de nosotros encontrará salvación”. Es ésta la enseñanza presente no sólo en el Nuevo Testamento –que Shylock podría efectivamente refutar, si bien lo conoce tan bien como el Antiguo-, sino también en los diversos Salmos; pero Shylock hace un llamado a un tipo distinto de justicia, no tanto personal como legal.
En todo caso, Porcia procede haciendo referencia al Padre Nuestro, la oración que el Señor propone en el Sermón de la Montaña tanto a los cristianos como a los judíos: “Rogamos para obtener misericordia, / y este mismo ruego nos enseña a todos a ejercer / las obras de misericordia”. Aquí, con palabras de Jesús, termina su discurso, llevando la homilía a la conclusión más adecuada.
El llamado a la misericordia en “Medida por medida”
Sin embargo, el famoso discurso no es todo cuanto Shakespeare tiene que decir sobre el ideal de la misericordia. Nos presenta así a otra heroína, tal vez menos conocida: se trata de la novicia Isabella en Medida por medida, posterior al Mercader algunos años. Ella implora misericordia para su hermano Claudio, culpable -en conformidad con la ley draconiana de Viena contra los crímenes de carácter sexual- de fornicación con su novia Giulietta. La apelación de la muchacha es dirigida a Angelo, un juez “estricto”, tal vez menos legalista que Shylock (en sentido veterotestamentario), pero con el cual comparte cierta inclinación puritana. Ciertamente, en la Inglaterra isabelina los puritanos eran llamados “judíos cristianos” (como Shylock) o “estrictos” (como Angelo).
En todo caso, ¿qué dice Isabella después de ser convencida por Lucio, amigo de Claudio, de salir del convento? En respuesta a la afirmación de Angelo: “Vuestro hermano ha caído en manos de la ley”, lo cual equivale a decir que debe morir, Isabella dice: “Y bien, todas las almas existentes cayeron en un momento, / y aquel que habría podido aprovecharse de eso / encontró el remedio”. En otras palabras, como Porcia, ella desplaza la mirada del Antiguo al Nuevo Testamento. Bajo la Antigua Alianza, por los motivos más diversos, la mayoría de los seres humanos estaba destinada a morir; en la Nueva Alianza, gracias a la Palabra de Dios hecho carne, la gracia de la salvación ha sido extendida a todos por Jesucristo. Así, el remedio es la redención, de acuerdo con un juego de palabras que encontramos en no pocos Salmos.
El llamado paralelo a la justicia en el “Rey Lear”
La tercera etapa de esta exposición de la homilía shakesperiana, tiene su culminación en el Rey Lear, un drama al mismo tiempo comedia, con un final sumamente feliz en el acto cuarto, y tragedia, con una conclusión tremendamente triste en el acto quinto. Aquí, en la escena del encuentro entre los dos ancianos protagonistas –Lear, enloquecido, y Gloucester que ha quedado ciego (uno por culpa de las hijas ingratas y el otro por devolver indebidamente la confianza a su propio hijo ilegítimo, Edmund)-, encontramos a Lear declarando abiertamente su intención de predicar, cuando dice a Gloucester: “Presta atención, ¡ahora predicaré para ti!”. Y es así que lo expresa: “Cuando nacemos, lloramos por estar juntos / en este gran palco de locos”.
En otras palabras, considerando el mundo de su época, isabelino y jacobita, el dramaturgo ve que es un mundo vuelto al revés. Es lo que afirma Lear: “Magia, magia, ¿cuál es el juez, cuál es el ladrón?” Semejantes afirmaciones podían provenir, de parte de Shakespeare, únicamente puestas en boca de un loco. Así, incluso aquellos contra los cuales escribió estos versos, y que tal vez estaban allí en el teatro sentados en un puesto de honor, habrían permitido sabiamente oír a ese “loco autorizado a decir cualquier cosa”.
Epílogo del epílogo
Por último, después de considerar la triple homilía shakesperiana sobre el “carácter de la misericordia” en tres dramas -El mercader de Venecia, Medida por medida y El rey Lear- llegamos ahora al epílogo, que el dramaturgo pone en boca de Próspero, protagonista de La tempestad. Él parece confesar, en boca de su personaje: “Y mi final es desesperación, / a menos que me consuele le oración, / que tiene un poder tan penetrante de tomar por asalto / a la misericordia misma, y de liberar todas las culpas”.
Pensemos en la humildad de este gran dramaturgo, el más grande de todos los tiempos, ahora, ya en el final de su carrera teatral, al confesar sentirse próximo a la desesperación, lo cual, por lo demás, ya había admitido en el Soneto 29: “Caído en desgracia ante la fortuna y los hombres, / en soledad lloro mi condición de proscrito”. ¿Lo indujo tal vez una sensación parecida -podríamos preguntarnos- a dejar inédita más de la mitad de sus propias obras? ¿Hasta que dos colegas actores, John Heminge y Henry Condell, alrededor de siete años después de su muerte, armaron el First Folio?
Lo que él necesita en esta situación no es un agente dispuesto a actuar que despache sus asuntos con eficiencia, sino simplemente la oración, tanto suya como del público, al cual pide rezar por él. En este punto, como Porcia, se dirige a la Biblia o -más bien dicho- al Sirácida (libro considerado apócrifo por la mayoría de los protestantes). Ahí, precisamente donde Shakespeare leyó (con Porcia): “Buena es la misericordia en tiempo de desgracia, / como nubes de lluvia en tiempo de sequía” (Si 35,26), ahora lee (con Próspero): “La oración del humilde atraviesa las nubes; / mientras no llega a su término, él no se consuela. / No desiste hasta que el Altísimo le atiende, / juzga a los justos y les hace justicia” (Si 35,17-18). Así entonces, a pesar de los elogios que Shakespeare sigue recibiendo del mundo como “Hombre del Milenio”, podríamos también escuchar su petición y rezar -como lo hace Horacio con Hamlet- por su eterno descanso.